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sábado, 20 de octubre de 2012

A vueltas con el chupete, "que si sí, que si no", y una vez más, la culpa

Si hay algo en esta tercera maternidad que estoy viviendo que me tiene loca es el puñetero chupete. Que sí, que estoy a estas alturas ya muy segura de lo que hago y de por qué lo hago, pero el chupete es como una piedra en el zapato que no deja de pinchar, oyes, ¡incluso siete meses después del parto!

Vamos a ver, con mi primer hijo usé chupete porque sí, porque era parte del pack completo, como tantas otras cosas que mi pobre Paulo tuvo que aguantar, y yo que trabajar después en autoterapia, aunque el chupete no fuera nada grave. Las hubo bastante más peligrosas.

Con el segundo, más informada y empoderada yo ya, y lanzada al mundo de la naturalidad tras mi recién estrenado parto domiciliar, no quise usarlo, pero algo antes de que completara un mes acabé cediendo, y después explicaré por qué.

Ahora con la tercera ni siquiera tenía uno (bueno, sí, uno viejo sin estrenar de cuando Adriano). A estas alturas del partido y de mi vida y sabiduría como madre, chupete iba a necesitar yo o uno de mis hijos, venga ya hombre.

La cruda realidad


Mis hijos no han sido nunca ninguno de "chupetar" teta (este verbo se usa en portugués para aludir al acto de usar la teta de chupete). Ellos eran de tragar hasta no poder más en pocos minutos, y después a otra cosa mariposa. Quizás también influyera mi poderoso reflejo de eyección, que hace que sea prácticamente imposible "chupetar" sin que salga un buen chorro de leche. Y claro, cuando uno ya está más que saciado y sólo busca el consuelo de la succión por mero placer oral, para adormecerse con gustirrinín, eso de que le salga un manguerazo de leche sienta a cuerno quemado.

Por eso acabé cediendo al chupete con Adriano, no sin un gran sentimiento de culpa por estar usando un trozo de silicona en lugar de una buena teta de carne y leche para consolar a mi hijo, como naturalmente se espera. Él mamaba, se saciaba, y luego quería succionar, succionar sin tragar. Se enganchaba a la teta, chorro de leche directo a la garganta y claro, cabreo al canto. Lloraba como un descosido el pobre, repitiendo esta maniobra una y otra vez. Y yo, erre que erre con que se calmara con la teta.

Un buen día -no sin cierta presión de la abuela- cedí al chupete y oye, ver a mi niño tan relajado y agusto me convenció. Tampoco era cuestión de hacerle sufrir al pobre por una cabezonería ultra naturista mía. Tampoco conocía y/o supe hacer uso de otras estrategias, má que cantarle, acunarle en brazos o hablarle con todo mi amor. Desde entonces, y ya como asesora de lactancia, siempre he aconsejado a las madres que me preguntaban pro este tema, que si querían usar chupete con sus hijos, lo hicieran como una herramienta más, nunca como sustituto del pecho-alimento o del pecho-cariño materno, pero que si veían que, por su caso particular, eso les ayudaba de alguna forma, decidieran conscientemente y sin culpas. "El chupete en sí no es ángel o demonio, sino que depende del uso que hagamos de él". Pues eso.

Pero una cosa es aconsejar a los otros, y otra aplicarse el cuento a una misma. Y la sombra del chupete-demonio acecha siempre, más aún cuando una está metida ya de lleno, e incluso forma parte activa, de esta naturalización de la maternidad, activismo incluido.

Adriano se deschupetó solito antes de los dos años. Simplesmente dejé de tener su chupete a la vista, y comprobé que jamás lo pidió. ¡Resultaba que lo usaba ya cada noche para dormirse sólo porque yo se lo ofrecía! Aún tomaba teta, pero como dije, nunca se durmió "chupetando" teta, se soltaba una vez saciado, daba media vuelta y a dormir. Nunca abusó del chupete, creo yo que por tener la teta de mamá siempre a disposición, pero fue una herramienta práctica y agradable para ambos, aunque principalmente para él. No siento que hiciéramos en absoluto un mal uso de él, ni "quisiera volver atrás para no habérselo dado nunca".

Mi "hija cumbre"

Con mi tercera hija yo ya ni me planteaba el chupete como posibilidad. Ésta también es de mamar como una hipopótama hasta saciarse, y después soltarse del pecho con total desdén. Lo que pasa es que con Alicia yo ya cuento con una herramienta que con Adriano no usé tanto ni desde tan pronto: el porteo. Mi niña no se duerme mamando, pero desde que nació se dormía colgadita de mí en su fular o bandolera, en contacto con mami. No empezó a usar la cama (mi cama) para las siestas hasta más o menos los 5 meses. A veces se chupaba sus deditos, pero duró unos meses y no era algo compulsivo. Me parecía tiernísimo, e incluso lo veía como una señal de triunfo de mi logro personal antichupetil.

Detalles:

1. En el coche llora como una descosida, con auténtica angustia, de ponerse morada y vomitar, y ahí no hay consuelo de bracitos de mami, porque tiene que ir en la sillita de seguridad. Sí, me pongo a su lado, la toco, lloro con ella, limito al máximo missalildas de coche, le hablo e incluso aplico el tetasutra para calmarla mamando. También he llegado a llevarla en el fular para evitar semejante agonía, pero no es lo suyo, lo sé.

2. Para dormirse de noche no me apetece tener que levantarme y meterla en un fular -o cargarla a pelo en brazos- hata que se duerma. De más pequeña lo hacía, sí, pero ahora la nena ya pesa lo suyo, y tampoco es plan, que mi espalda es un guiñapo de toda la vida, y hay que cuidarse.

Reconozco que con gran peso en mi conciencia y desde luego con mucha, muchísima vergüenza de mí misma como madre y como profesional de la lactancia, en algunas ocasiones le ofrecí chupete porque mi parte racional -¡¡la emocional sufría con esto horrores!!- me decía que si el chupete lograba calmar a la pobre niña en el coche y evitarle esos malos tragos pues oye, tan malo no sería. pero Alicia se aliaba con mi parte emocional y mandaba el chupete a freir espárragos en lo que canta un gallo. Reconozco que el hecho de que ella no lo quisiera me hacía sonreir internamente, orgullosa (¿de qué?). Pero el problema del coche seguía y sigue ahí, y la pobre lo pasa fatal.

Con las noches nos apañamos, porque más o menos de teta en teta, y haciendo intervalos, se acaba durmiendo. Pero estos días anda la niña que no se duerme ni a tiros, está agitada, y ni las siestas ni de noche se duerme fácil. Está intentando lanzarse a gatear, y la debe de tener emocionada y nerviosilla. Además de que su primer diente apunta en la encía ya. Muchas novedades. Total, que una vez saciada, y tras un intervalo saciada otra vez, y ya requetesaciada por aburrimiento, llega una hora que lo que hace es hablar con la teta, pero con ella dentro de la boca... y eso, para quien no lo haya vivido, le diré que duele. Es como esos niños que sujetan el chupete con las encías o dientes para chapurrear o hablar sin que se les caiga. Pues igual pero con un pezón. Duele. Y ahí he dicho que se acabó, así que hemos (he) desempolvado el chupete.

Cuál ha sido mi sorpresa al ver que ya no lo manda así tan drásticamente a freir espárragos. No es que le entusiasme, porque no se emociona con él, y si lo chupa (cuando lo chupa), lo hace por poco tiempo, un minutillo apenas. Pero oye, lo chupa. El otro día en el coche se lo fui dando y evitamos un viaje relativamente largo enterito de llantos. Lloriqueó, sí, porque como digo el chupete aún no es su mejor amigo, pero entre que lo chupaba, lo escupía, lo miraba, lo mordía, hablaba con él y lo lanzaba lejos a manotazos se fue entreteniendo y la cosa no llegó a grandes agonías. Los momentos en que lo chupaba ayudaron mucho, y las minisesiones de tetasutra cuando ya no había chupete que valiera, todo hay que decirlo, también.

Ayer tras varias tandas de teta para dormirse la siesta mañanera, y algún comienzo de parloteo teta en boca (una hora llevábamos ya en la cama las dos intentando que se durmiera), resolví probar con el chupete. ¡Lo chupó! ¿Pues no me alegré y todo? ¿Y no me sentí una piltrafa después? Todo a la vez, como viene siendo habitual en esto de la maternidad. Se durmió con él, y en bracitos, eso también. Hoy se adormiló a la teta, pero lloriqueando, soltando y cogiendo, soltando y cogiendo. Pues le he dado el chupete en ese momento de "me duermo-no me duermo", y ha sido como mano de santo, la balanza se fue ipso facto para el lado "me duermo". En bracitos otra vez. He de reconocer que el chupetito me está ayudando, pese a que siga sintiéndolo como una maldita piedra en el zapato.

Conclusión

Me viene ahora a la mente la frase de una amiga que dice que "ser madre es tragarse el urgullo y aceptar del mejor grado posible el escupitajo en la frente que te cae casi a diario", porque nada como criticar para tener que tragarte tus palabras, o como escupir para arriba para que el gargajo te caiga bien encima. Y si eres madre, más.

(Por cierto, ahora, con 9 meses, puedo ya asegurar que la nena no quiere chupete, y que aquello que me hizo pensar que sí lo estaba aceptando era algo así como un espejismo. Pero va soportando mejor -a veces- el coche y creo que ha pasado lo peor, así que ahora, lo reconozco, me alegro. Hemos sobrevivido sin chupete, ¡sobre todo gracias a la cabezonería de mi pequeña! No pienso ofrecérselo más :) )

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